Relato Píldora «Silvestres Comestibles»
Apasionante y pormenorizada introducción de Luciano, educador-druida del CIEA Retiro, al amplio (unas 500 en la Península) y proceloso mundo de las hierbas silvestres comestibles, transitando por imágenes y nombres vernáculos que hacían, con su recio sabor, las delicias de nuestros mayores-ancestros-antepasados y pueden seguir haciéndolo en los paladares de los urbanitas, pues además la mayoría son susceptibles de cultivarse sin apenas esfuerzos ni especiales requerimientos: pamplinas, collejas, mastuerzos, ortigas, mostazas, malvas, bledos, acederas, cerrajas, berros, borrajas, verdolagas… pueden alegrar y enriquecer -más aún- nuestros ya de por sí biodiversos huertos urbanos.
Algunas pautas muy claras que compartió el gran druida:
– No llevarnos a la boca nada que no sepamos a ciencia cierta cómo se llama (¡toma claro!).
– Para ello, sirven tanto libros como «Alimentos silvestres de Madrid» de J. Tardío, H. Pascual y R. Morales, como la asesoría de personas con tradición y experiencia recolectora, como Ara, del Valle del Tiétar, que acudió a la sesión y mostró-compartió un buen manojo de hierbas recién recogidas.
– Como norma, es mejor comer las hojas o brotes jóvenes, que las hojas grandes o viejas, que suelen acumular sustancias indeseables como oxalatos y metales pesados.
– Aunque los nombres vulgares, comunes o vernáculos están llenos de sentido y raíces (Colleja, por ejemplo), lo suyo es ir familiarizándose y manejarse con los nombre científicos o «latinajos» (Silene vulgaris, siguiendo con el ejemplo).
Al final, después de salir al Huerto Retiro y reconocer in situ muchas de ellas, se oyó a algunos orates corear el chascarrillo verbenero «Lo llaman mala hierba y no lo es, lo llaman mala hierba y no lo es, oé, oé, oé (bis), lo llaman mala hierba y no lo es». En fin, no era por nada de lo ingerido, pues se probaron muchas; estos de Ciudad-Huerto es que son así.